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Ser padre de un adolescente y no morir en el intento


-Cómo se porta tu hija?

-Es una amor, se porta muy bien y es muy cariñosa, obediente, buena alumna…

...una nena muy dulce.

-Aprovéchala ahora! no sabés las que te esperan!

Así me decían siempre mis amigas que ya tenían hijos adolescentes. Me vaticinaban un futuro difícil cuando me llegara el turno de tener que lidiar con una nena que se iba a convertir en mujer de la noche a la mañana.

Hasta ahora no se me ha complicado tanto pero ya siento la diferencia notable entre aquella chiquita simpática y esta adolescente de hoy, independiente y con personalidad

Que impone su manera de pensar, que quiere libertad y tomar sus propias decisiones.

Una nueva etapa de la vida para la que no estamos preparados…o acaso los hijos vienen con manual de instrucciones?

Durante años, en los noticieros en los que trabajaba, daba noticias sobre casos terribles que involucraban a menores. Adolescentes descontrolados por el alcohol y las drogas.

Casos de violencia extrema, bulling y delincuencia. Padres desesperados sin saber que hacer y un estado ausente.

Mas cerca, la problemática de amigos o conocidos que tienen problemas con sus hijos y no saben como resolverlos. Los tiempos van cambiando y uno ya no puede aplicar las mismas formulas que usaron nuestros padres o nuestros abuelos.

Hace unos años me convocaron para ser la presentadora de un congreso para padres en Buenos Aires. Los organizadores formaban parte de una fundación que se dedicaba justamente a trabajar la relación padres e hijos.

La puesta de limites, la nocturnidad, las adicciones eran algunos de los temas a tratar.

Fue para mi una experiencia muy interesante y en esa ocasión pude conocer al responsable de la fundación “proyecto padres “que organizaba este evento, todos los años con gran participación de muchas familias preocupadas por educar y criar bien a sus hijos.

Que difícil poder guiar a los chicos e inculcar valores en una sociedad anárquica y caótica!

Fue entonces que conocí en profundidad el trabajo de Adrián Dalla Asta, especialista en paternidad, docente y abogado, con quien hemos compartido horas de micrófono y largas charlas sobre esta problemática.

Años después la vida nos reencontró y decidimos dar una conferencia para padres en Miami, ciudad en la que resido actualmente. La convocatoria fue estupenda y tomamos conciencia del desafío de ser padres hoy trasciende fronteras.

Como mamá y periodísta me interesa mucho y me preocupa el comportamiento de los jóvenes de hoy.

Padres que viven angustiados porque no saben como relacionarse con ellos y mucho menos ayudarlos a encontrar un camino de realización y felicidad.

Cuando leo estadísticas sobre la “generación ni ni” me atemoriza pensar en millones de adultos que serán pobres e infelices. Chicos y chicas sin proyecto de vida, sin vocación, sin pasión. No trabajan ni estudian, no saben que hacer con su vida y desperdician sus años más productivos.

Adolescentes apáticos, aburridos y desmotivados. Padres que no siempre están presentes y que tampoco saben bien que hacer con sus propias vidas.

Una sociedad de consumo y una obseción por la tecnología que cada vez nos tiene menos comunicados con nuestros seres queridos.

Y en este contexto la adolescencia llega cada vez más temprano y nos sorprende, sin saber bien como abordarla.

Una adolescencia cada vez mas larga, con hijos que nunca se quieren ir y hacerse cargo de su vida y padres que no los sueltan y se vuelven sobre protectores.

Seguramente usted como mamá o papá tendrá muchas dudas e interrogantes. Este libro pretende ser una guía útil en temas concretos y por eso como mujer, madre y periodísta les propongo acompañarnos en esta charla en la que trataremos de profundizar temas complejos de la relación entre padres e hijos.

Preguntas y respuestas que servirán para orientarlos en asuntos de la vida cotidiana que se viven en familia.

Cómo inculcar desde la infancia hábitos saludables como alimentación, el buen descanso y la actividad física.

Cómo prevenir el consumo de alcohol, tabaco y drogas.

Cómo detectar transtornos alimenticios.

Cómo educar y acompañar en el inicio de la vida sexual.

Cómo detectar conductas violentas y comportamientos peligrosos.

Cómo motivar a un adolescente apático y aburrido.

Cómo apoyar y acompañar en la toma de decisiones sobre vocación y carreras.

Cómo formar futuros adultos responsables y respetuosos.

Cómo estar cerca de nuestros hijos sin invadirlos.

Cómo poner límites sin ser un padre autoritario.

Cómo ser comprensivo sin ser demasiado permisivo.

Estas son mis inquietudes y creo que serán las suyas también.

Espero que este trabajo sea de utilidad para ayudarnos a ser mejores padres y que la vida en familia sea mucho más feliz.

Capítulo 1:

Hablar con los adolescentes

M: En este capítulo vamos a tratar sobre la comunicación entre padres e hijos.

Cómo hablar con los adolescentes.

Primera pregunta:

¿Es acaso posible hablar con un adolescente?

A: Es absolutamente posible hablar con nuestros hijos adolescentes. Los problemas surgen cuando confundimos el diálogo con el monólogo, o cuando nos dirigimos a los chicos con una suerte de cuestionario cuya finalidad está alineada con nuestros intereses o preocupaciones como padres, en lugar de dirigirse a lo que puede ser del interés de nuestros hijos. En general lo que hacemos es proponerles dialogar sobre la base de preguntas que ya tienen respuestas preestablecidas, al modo de las preguntas retóricas o protocolares. Por ejemplo: “¿Cómo te fue hoy?”. “Bien”. “¿Qué hiciste?”. “Nada”. “¿Tuviste algún examen en el colegio?”. “No”. Como podemos observar, son preguntas que no invitan al diálogo: con una sola palabra los chicos las responden y nosotros, los padres, nos quedamos con una total sensación de fracaso. Evidentemente, este tipo de acercamiento no favorece al diálogo. Debiéramos preguntarnos entonces, cuáles son las formas de comunicación que sí lo hacen. Y acá va una primera punta: EL ACERCAMIENTO A NUESTROS HIJOS SE LOGRA SOBRE LA BASE DEL COMPARTIR. ¿Pero qué significa compartir? ¿Y cómo comunicamos lo que deseamos verdaderamente compartir? Hay una definición de comunicación que dice: “La comunicación es un encuentro entre dos o más personas en el cual dichas personas se ponen mutuamente en contacto y cada una dona a la otra algo de sí misma.” En general, uno de los errores que solemos cometer los padres, sobre todo con los adolescentes, es preguntar mucho y contarles muy poco. Si queremos favorecer la empatía, achicar la distancia generacional con nuestros hijos, un recurso que tenemos es empezar contando nosotros algo de nuestra vida que tenga que ver con aquello que queremos saber de la vida de ellos. Si se produce una devolución de sentimientos, es decir, una donación, estamos en el camino correcto para lograr una comunicación empática.

M: Esto puede ser una buena estrategia, entonces, para acercarnos a nuestro hijo adolescente sin que se sienta indagado, perseguido, juzgado, o investigado ¿no?

A: A mí me parece que estos sentimientos adolescentes, que son lógicos, nos ponen muy susceptibles. Pero, independientemente de nuestras buenas intenciones, es natural que ellos se sientan indagados, juzgados, perseguidos por el mundo adulto, cada vez que les hacemos una pregunta.

M: Daría la impresión que confrontar, incluso en los momentos menos pensados, forma parte de su crecimiento.

A: Absolutamente. Lo extraño sería que esto no suceda. Por más que nos duela, es muy positivo que los adolescentes cuestionen de antemano nuestra cercanía. Nosotros fuimos adolescentes en una época en que los chicos considerados “buenos” eran los inertes, los que no molestaban ni preguntaban. Tales chicos, chicos que “no existían” desde el punto de vista de sus compañeros, solían recibir el premio al mejor alumno. El boletín de notas te daba algo así como un certificado de “buena persona”. Por suerte, esto se ha revertido. Hoy nos encontramos con chicos que tienen potencialidades distintas y, por lo general, un mayor reconocimiento de sus emociones. Esto los vuelve más auténticos, lo cual, aunque nos dé más trabajo, es muy sano.

M: Ahora: ¿qué pasa con los papás que teníamos un chico dulce, comunicativo, amoroso, apegado a nosotros, compañero y, de golpe, le llega la adolescencia y se convierte en otra persona?

A: El adolescente pasa por varios duelos o pérdidas. Una de esas pérdidas es la infancia: una etapa de la vida en cierta forma más segura, donde los adultos se hacían cargo absolutamente de ese niño. Los adolescentes reclaman para el afuera que los dejen “ser grandes”, pero para el adentro, para su propia subjetividad, dejar atrás la infancia puede ser doloroso. La adolescencia es una etapa de descubrimiento y de cambios corporales: el tono de voz, el vello púbico, cosas que a al principio los asustan y que luego empiezan a reconocer como algo bueno sobre todo en la medida en que los adultos reconocen y confirman o validan esta etapa de su desarrollo. Por eso, en este sentido, es importante no burlarse de la adolescencia y mucho menos llamarla la “edad del pavo” o tratar despectivamente los ideales que puedan surgir. La adolescencia es una etapa crucial para alcanzar la madurez. Pero para permitir que todos estos cambios se operen de modo favorable en nuestros hijos, tenemos que entender, entre otras cosas, que los duelos no los viven sólo los adolescentes sino también nosotros como padres. Los padres también tenemos que afrontar una pérdida: la de aquél niño que nos idolatraba, para el cual éramos todo y que para todo requería de nuestra intervención. No es fácil para nosotros aceptar que ese chico que nos admiraba ya no está más.

M: A eso habría que sumarle que también los padres pasamos por una etapa de cambios importantes cuando nuestros hijos llegan a la adolescencia.

A: Bueno, exactamente.

M: La edad donde empiezan la menopausia, la andropausia y la crisis de la mitad de la vida como se dice actualmente…

A: Exactamente: la famosa crisis de los cuarenta -que hoy también es una crisis que se traslada a los cincuenta, son en alguna medida bastante similares.

M: Muchas parejas hoy empiezan a tener hijos cuando ya se “acomodaron” en sus carreras y socialmente. Esto determina que cuando los chicos llegan a la adolescencia, los padres tienen alrededor de cincuenta años. Pero esta edad no necesariamente coincide con su propia madurez, ¿o sí?

A: Definitivamente edad no es sinónimo de madurez.

A: Más grandes sí, más maduros podemos discutirlo un rato. Pueden coincidir ambos duelos (el de los adultos y el de los adolescentes) pero no debería tratarse de dos duelos adolescentes. Tiene que haber un duelo adolescente por dejar atrás la infancia y entrar en una nueva etapa, y un duelo adulto más relacionado con resignificar la propia vida y enfrentar nuevos desafíos.

M: ¿Qué pasa con esos padres que se quieren hacer los adolescentes para estar más cerca de sus hijos o para parecerse a ellos?

A: Generalmente son los padres que más conflictos tienen con los adolescentes porque buscan ocupar un lugar que no es el que los hijos necesitan. Para afuera parece otra cosa: la madre divina, re moderna, juvenil, que habla como la hija; el padre que se deja el pelito largo y arranca con la moto y las camperas de cuero. Obviamente ambos van al gimnasio y hacen “vida sana” (entre cirugías y bisturís). Como podemos observar, toda una historia de revuelo “adultescente”. Pero en el fondo, esta situación es sumamente tensa y triste. ¿Por qué? Porque en algún momento alguien tiene que ocupar el lugar del adulto y como no está claro quién es el adulto sino que, por el contrario, tenemos un padre “superado”, que entiende a los jóvenes, consiente a su hijo y no sabe poner límites, nos encontramos con el problema, muy actual, de dos adolescentes que en algún punto, en algún momento, deben enfrentarse.

M: Lo que pasa es que hay muchos papás que no quieren envejecer. Tener un hijo adolescente implica asumir que ya no sos joven.

A: Por eso vuelvo a repetir: edad cronológica no es sinónimo de madurez emocional. Con el agravante de que la sociedad y sobre todos los medios, muy a menudo celebran la vida “adultescente”.

M: Pensémoslo ahora al revés, no ya como el adulto que quiere ser joven sino como el joven que no quiere que sus padres envejezcan. ¿Qué le pasa al adolescente cuando ve que esos padres que, hasta no hace mucho eran jóvenes y “superpoderosos” empiezan a envejecer y ya no tienen las mismas capacidades y energías? ¿Se produce un cierto desencanto?

A: Sí: ese desencanto se traduce normalmente en una búsqueda que el adolescente plantea a sus padres. Ellos ya no son los “ídolos”, los “genios”, los que “se las saben todas”. Esto representa uno de los duelos de la infancia. Al tomar conciencia de los “padres reales”, se produce una confrontación. Y también, como dijimos, una búsqueda. Se da una fuerte puga contra ese mundo adulto al que se desea desplazar. Lucha o pugna que finaliza cuando se consolida el amor adulto, el de los padres e hijos reales. La maduración del proceso afectivo termina en el amor real: quiero a mis padres como son, los acepto como son, ya no los quiero perfectos, entiendo que tuvieron aciertos y errores, pero que me amaron como pudieron. En este sentido los hijos también comprendemos y aprendemos a dejarnos amar como somos, con nuestros aciertos y con nuestros errores. La madurez significa aceptarme y aceptar las cosas y las personas tal cual son. El hombre y la mujer maduros podrán comprender que quizás nos son ni la hija ni el hijo que esperaban sus padres, pero son los hijos reales. Ese encuentro normalmente coincide con la tercera etapa: cuando nosotros somos padres y dejamos de ser hijos, recién ahí entendemos que nuestros padres tenían razón. Entonces se cierra el circuito del mejor amor, el amor maduro.

M: Ahí empieza a darse un acercamiento real y una mejor comunicación: cuando el adolescente se vuelve un adulto y se convierte en padre, entiende por qué el padre era de tal o cual manera.

A: Exactamente, es el amor real. Es el proceso que va de la idealización al choque para, finalmente, llegar al amor real. Ahí se cerraría el ciclo amoroso. Qué bendición es poder decir “ésta fue la vida que tuvieron mis padres”. Por eso es lo natural que se mueran los padres y no los hijos y por eso es tan tremendamente doloroso cuando es al revés. Es tan antinatural que no le hemos podido poner nombre todavía a esa pena. Una vez más hay una demostración de que la naturaleza es sabia, uno encuentra la paz en los vínculos cuando atraviesa las distintas etapas de la vida, eso se llama madurar. Atravesar cada etapa de la vida conforme al momento y al proceso. La vida nos prepara para la “paz eterna”, pero primero hay que alcanzarla en los vínculos humanos, sabiendo caminar cada momento y cada etapa, recién entonces podremos “irnos en paz”.

M: Me gustaría explorar el tema de los géneros, si es que existen diferencias: cómo es para un padre y cómo para una madre este proceso de comunicación. Empecemos por las mujeres. Las mujeres con nuestras hijas mujeres, ¿te parece?

A: Sí, claro. Hablemos entonces de las mujeres.

M: Hay dos tipos de relación que yo he observado, pero me interesa tu opinión. Mamá-hija compinches, amigas, que se cuentan confidencias, van a comprar ropa, van a la peluquería, etc, versus otro tipo de relación: madre e hija que mantienen una relación competitiva, más distante, se llevan como perro y gato, hay choques, la hija tiene mejor relación con su papá etc. ¿Hay mejor comunicación cuando se da una relación más “de iguales”?

A: Sí… puede ser. Es difícil establecer modos estáticos de relación porque me parece que la misma es siempre dinámica, tiene mucho que ver con los estilos parentales, con las historias y con la situación familiar también. No es lo mismo educar a una hija siendo madre soltera o divorciada, que educar en una pareja o en una familia ensamblada, donde hay que ceder algunas cosas en función de que justamente se produzca “el ensamble”. Lo que sí puedo afirmar es que entre las madres y las hijas hay bastante confrontación lo que favorece un mayor acercamiento al varón.

M: ¿Y cómo ves, en cambio, la relación de las madres con los varones?

A: Así como afirmábamos recién que hay un mejor vínculo entre el padre y la hija mujer, también podemos afirmar que hay una mejor relación entre la madre y los hijos varones. Esto (que en principio no es una regla “dogmática”) tiene relación con la definición sexual. Esta natural búsqueda de la definición sexual, como de la propia identidad, se da en la confrontación con el mundo adulto, aquí teniendo en cuenta el factor desarrollo de la sexualidad, obviamente el conflicto se plantea entre sexos iguales y la afinidad entre diferentes.

M: De todas maneras entiendo que también hay una complementación entre varones o mujeres donde se encuentran otras formas de fortalecer la comunicación por ejemplo en el caso de los deportes.

A: A modo de resumen es importante para los padres entender que siempre, detrás de cada conducta, hay una lógica. Aun cuando dicha conducta aparentemente carezca de lógica y por eso mismo nos desconcierte. Tenemos que recordar que los adolescentes, en tanto tales, están inmersos en una etapa de transición y de búsqueda. Esta búsqueda está relacionada, como ya dijimos, con el hecho de descubrir y establecer la propia identidad en un proceso que se revela como conflictivo tanto para quienes lo atraviesan (los chicos) como para quienes lo acompañan (los padres). Lo que no debemos olvidar es que es en la confrontación con el mundo adulto -y los primeros adultos con quienes el chico va a buscar confrontar son los propios padres- que el adolescente escenifica y resuelve o busca resolver su problema de identidad. Por eso, no deberíamos, como padres, ver en esa confrontación algo personal sino, por el contrario, la resultante del mismo proceso de cambio, transformación y búsqueda de la propia identidad por el que, inevitablemente, pasan los chicos. Si los padres logramos ocupar nuestro lugar de padres y comprendemos en qué consiste la transición de la infancia a la edad adulta, los choques constantes con los que nuestros hijos forjan aquello que quieren ser -aquello que en primera instancia van a buscar que los diferencie de nosotros- no tienen por qué perturbarnos.

M: Me gustaría tocar ahora el tema de los límites: ¿quién sabe poner mejor los límites, los padres o las madres?

A: Hay un punto de referencia interesante para responder a tu pregunta que es lo que en psicología se llama “la balanza afectiva”. Dicha balanza determina cómo funcionan los roles complementarios madre/padre. Así como la función materna está asociada a la nutrición, por eso se llama “función nutritiva”, la función paterna se denomina “función normativa” por estar asociada a las normas y los límites.

M: Sin embargo, yo observo en la actualidad todo lo contrario.

A: Comparto absolutamente tu mirada.

M: Veo muchas mujeres poniendo límites y hombres pasivos. ¿Por qué te parece que sucede esto?

A: Sí, es verdad.

M: ¿Por qué te parece que sucede esto?

A: Analizándolo desde una perspectiva sociológica, el hombre es el gran borrado de la educación de los hijos. Hay un libro muy interesante de Tony Anatrella, “La diferencia prohibida” que habla con gran contundencia sobre este aspecto casi silenciado por la sociedad actual: la desaparición de la figura paterna y sus graves consecuencias sociales.

M: ¿Pero borrado por quién? ¿Y por qué?

A: Borrado por varias razones. Primero: por una exacerbación del feminismo en el mundo, una versión muy equivocada de la mirada femenina. Con esto no quiero negar ni minimizar la importancia de la entrada de la mujer en el mundo. El hecho de que la mujer hoy pueda tomar posiciones jerárquicas en todos los ámbitos –el político, el empresarial, el de los medios masivos de comunicación- me parece espectacular. Ahora, eso no significa caer en la trampa de la ideología del género ni en el negocio de “la mujer” que detrás de una pseudo reivindicación se termina haciendo mucho más objeto de negocios que antes. Cuando entran los “ismos”, entra en la ideología y hoy ya nos hay luchas de este tipo, incluso la ideología también está al servicio del negocio. Entonces una cosa es lo femenino que el mundo necesita y otra cosa es el feminismo (encubierto de falso avance para las mujeres).

M: ¿Querés decir que el feminismo entró en el hogar y ahora la que manda en casa es la madre?

A: El feminismo posmoderno, no el feminismo sexista de los 60, absolutamente demodé. Detrás de la fachada de liberación, el feminismo posmoderno, carga a la mujer con todas las responsabilidades y desautoriza al varón casi reduciéndolo a una figura decorativa o de proveedor inerte.

M: Ahora te diría que en muchos casos ni siquiera es el proveedor…

A: Es cierto: la autonomía alcanzada por la mujer muchas veces atenta contra esa misma mujer a la cual sirve. En este caso la deja muy sola…

M: La mujer adquirió tanto poder que el rol del hombre en el hogar quedó algo desdibujado.

A: Yo diría, completamente desdibujado, y no sólo en el hogar, afuera también. Si entendemos la familia como la célula básica de la sociedad, en esa anomia producida por el desdibujamiento de la figura masculina podríamos encontrar la explicación de hechos preocupantes tales como el incremento del delito y, en forma coincidente, la pérdida de autoridad de policías y jueces. Estos hechos, a mi entender, están relacionados con la ruptura primigenia que se produce en la familia. Es decir, la que está destruida en su naturaleza es la familia y, por ende, lo social lo recibe como impacto. ¿Podemos asignar la responsabilidad de este fenómeno a algún sujeto social en particular? No lo creo. Más me inclinaría por pensar en responsabilidades compartidas y buscar cuáles son las razones de esta destrucción de la familia y los efectos sociales concomitantes. Una primera razón, ya lo dijimos, es el avance de un feminismo mal entendido. La segunda y concurrente, el retroceso del varón y de ciertas características de género que hoy son cuestionadas: la autoridad, la posibilidad de poner límites. Hoy estas atribuciones se ven como dañinas, represivas, tanto puertas adentro, en el nivel de la educación de los hijos, podríamos decir, como hacia el afuera de la familia, en ese entramado más amplio y complejo que es “lo social”. Existe también una gran confusión a nivel individual tanto en el varón como en la mujer, que se da en el plano de la búsqueda de sus propios objetivos personales: han salido a buscar afuera lo que está adentro.

M: Sí, evidentemente en la medida en que el rol del varón se desdibuja, en la medida en que el hombre no puede, no se siente capacitado para poner límites en el seno de la familia, la que se ve obligada a hacerlo es la mujer.

A: Sí, la mujer por naturaleza se va a ver obligada, ¿por qué?, porque la mujer siempre va a priorizar la vida de la familia.

M: Hoy en día numerosos hogares están en manos de mujeres: mujeres viudas, divorciadas, madres solteras… Hay mucha mujer sola manejando la familia. Esta mujer se ha convertido en proveedora del hogar, cubre los roles tanto femenino como masculino.

A: Sí. Todo lo que mencionas, en última instancia se relaciona con la destrucción de la familia entendida como lugar de desarrollo natural de los hombres.

M: Te propongo que hablemos ahora de la comunicación con los hijos adolescentes en el marco de las familias ensambladas.

A: Un gran tema…

M: Sí… A veces el chico tiene mejor comunicación con el marido de la madre o la esposa del padre que con sus propios progenitores.

A: Creo que la única manera de llevar adelante la comunicación con los adolescentes en las familias ensambladas es no perder de vista, nunca que el rol de los padres es insustituible. En tal caso el nuevo cónyuge del padre o de la madre del chico puede complementar la función paterna o materna, pero jamás reemplazarla.

M: Está bien, pero cuando convivís con hijos que no son los tuyos, que son los hijos de tu pareja, en esa convivencia tarde o temprano aparecerán los conflictos de los que veníamos hablando: el diálogo o la falta de diálogo, cómo poner límites…

A: En el caso de las familias ensambladas, más importante que el diálogo con los adolescentes es, por lo menos en primera instancia, el diálogo entre los integrantes de la pareja. Porque si tu nuevo marido se pone muy escrupuloso en esto de los límites, supongamos, le pega tres gritos a tu hijo o se vuelve intolerable con sus transgresiones y a vos te dan ganas de saltarle a la yugular, estamos en un problema.

M: Otro problema relacionado con éste que acabamos de abordar es cómo se ponen de acuerdo los padres separados que se llevan muy mal entre ellos, a la hora de poner límites y marcar pautas a los hijos.

A: Bueno, ahí tenés otro tema interesante. Todos estos temas nos remiten de nuevo al gran tema de la comunicación. Por eso me parece importante que recordemos esa definición que mencionamos al comienzo de este diálogo: la comunicación es una donación. ¿Y cómo ocurre esto? ¿Cuándo la comunicación se convierte en donación? Cuando hay una entrega. La única forma de que haya paz en los vínculos es hacer a un lado mis intereses, mi bronca, mi resentimiento, todos los sentimientos negativos que no priorizan la salud emocional de mis hijos, y procurar entablar una comunicación empática. Empatía, recordemos, no es sólo ponerme en los zapatos del otro sino, primero, hacer a un lado mi propio marco de referencia interno para poder comprender, ver el mundo tal como ese otro que tengo delante mío lo ve. Pero retomando el tema de tu pregunta en relación a las familias ensambladas, lo que una pareja debe entender es que el divorcio concierne a la pareja, no a los hijos: nunca nos divorciamos de nuestros hijos. Y quiero repetirlo: de nuestros hijos no nos divorciamos nunca.

M: Otro elemento de disputa es el dinero…

A: Bueno, el dinero es terrible…

M: La disputa por el dinero a veces, en realidad, es por el poder ¿no?

A: En realidad siempre es por el poder.

M: Cuando eso ocurre, el adolescente queda atrapado en una trama en la que en lugar de ser contenido termina siendo torturado por ambos padres.

A: Sí, totalmente. El poder siempre interviene en los vínculos, seas pobre o seas rico, no importa, porque el poder no sólo se pone en juego a través del dinero. También lo hace a través de la fuerza, de los golpes, del alcohol, del abuso. Sea cual fuere el caso, el poder siempre es el gran enemigo de los vínculos. ¿Por qué? Porque el poder es el acto o, mejor dicho, es poner en acto nuestro egoísmo. ¿Qué hace el poder? Pone en acto nuestra soberbia, nuestro egoísmo. Entonces somos nosotros los más importantes, y es allí donde se destruyen los vínculos.

M: Me atrevería a afirmar que estamos viviendo en una sociedad de padres muy egocéntricos…

A: Tremendamente, tremendamente egocéntricos. Por eso son inmaduros.

M: Daría la impresión de que vivimos en una sociedad adolescente.

A: Absolutamente. ¿Qué hace una adolescente? Se saca cuarenta mil fotitos, se mira al espejo todo el día, yo, yo, yo , yo me amo. Y bueno, está bien. ¿Por qué? Porque necesita que lo amen y necesita que lo acepten. Un adolescente necesita que le digamos todo el día que lo queremos, todo el día. Aunque te diga “mamá, qué pesada”, “papá, sos un plomo”, en el fondo de su corazón lo que necesita para hacerse fuerte, para construir una personalidad sana, es que le hagamos saber cuánto lo queremos

M: Cuánto lo queremos incluso cuando le empieza a ir mal en el colegio, cuánto lo queremos aun cuando se equivoca o no sabe lo que quiere, qué lindo, de verdad, nos parece, aun cuando él o ella, se vean con granos, o unos kilos de más.

A: Hay miles de cosas por las cuales los chicos se empiezan a sentir inseguros, mal, o empiezan a sentir que no saben quiénes son. No debemos desestimar el revuelo hormonal al que está sujeto un adolescente: el tipo se levanta un día y no sabe quién es. Esto, como padres, nos obliga a demostrarles continuamente y a comunicarles de distintas maneras cuánto los queremos. Una persona que se siente aceptada tal como es, vive mejor en el mundo.

Capítulo 2

Formación de la autoestima

M: Bueno, dejemos la comunicación por un momento y pasemos al segundo tema que es el de la formación de la autoestima. ¿Desde qué momento podemos empezar a fortalecer la autoestima de los hijos?

A: Desde que nace.

M: Desde que nace entonces decirle “eres divino”, “sos el mejor”, “sos genial”…

A: Bueno, si le decimos todo eso desde el principio estaríamos configurando un engreído.

M: ¿Cómo sería la manera correcta?

A: La autoestima, por definición, es la correcta imagen que uno tiene sobre uno mismo, la correcta valoración…

M: Eso incluye la aceptación de los defectos, los errores y las cosas que no están del todo bien.

A: Absolutamente: la autoestima es comprender quién soy, con mis aciertos y con mis errores, con mis virtudes y con mis defectos. Es decir, cuando sé quién soy y puedo verlo en una escala correcta de las cosas buenas que tengo y las cosas malas, ahí tengo una correcta autoestima. Pero si yo le digo a mi hijo que es un fenómeno, que es un genio, que es un divino, que la maestra es una tonta que no sabe nada porque cuando te corrige se equivoca… si yo le digo que el policía que le pone límites es un estúpido, que yo lo voy a proteger frente al mundo y que nunca nada le va a pasar nada, no sólo soy un desastre como padre sino que, además y fundamentalmente, soy un estafador. Un estafador de hijos.

M: Vos sos Maradona y el tipo que tuvo el atrevimiento de corregir a tu hijo es un impertinente que no entiende nada…

A: “Ese no entiende nada, es un tonto”. La descalificación de quienes me acompañan en el proceso educativo no sirve para otra cosa que para engendrar un engreído y un engreído es una persona que no tiene una correcta autoestima sino que mira solamente algunas partes de sí mismo y que, además, las mira a través de los ojos de otros, no a través de sus propios ojos, porque nadie es un fenómeno, ni nadie es sólo malo o sólo bueno. Por eso, lo importante es que uno tenga una correcta mirada sobre uno mismo y eso, desde los padres, se logra comunicando todo aquello que queremos que pase. ¿A qué me refiero con esto? Nosotros, los padres, deberíamos funcionar como espejos de nuestros hijos. Acá la autoestima y la comunicación van de la mano: si cada vez que nuestro hijo tira el vaso de agua, le decimos que es un inútil o un torpe, si cada vez que habla le pedimos que por favor no diga tonterías, si en cada una de sus conductas o expresiones utilizamos la estrategia de descalificarlo, ese chico no se va a sentir feliz de ser quien es.

M: “Estás en la edad del pavo”, solían decirnos cuando éramos chicos.

A: La adolescencia era considerada la edad del pavo: un error tan gran, tan grande porque la adolescencia es la edad de los grandes ideales.

M: Y hay algo terrible… comparar a un hijo con otro.

Poner al hermano mayor como ejemplo, “porque tu hermano a tu edad tenía diez en todas las materias”.

A: Hacer ese tipo de comparaciones es la mejor manera de generar un rebelde o un resentido. El resentimiento suele expresarse a través de un silencio peligroso que, sostenido en el tiempo, puede devenir en enfermedades físicas. No debemos olvidar que las emociones suprimidas o no canalizadas correctamente, hacen síntoma en el cuerpo o producen estallidos de violencia. Por todo esto es tan importante el trabajo sobre la autoestima. La autoestima promueve grandes cosas: en primer lugar, hace de nuestros hijos personas seguras y donde hay personas seguras las situaciones de riesgo no tienen cabida.

M: Eso me gustaría que lo veamos en un rato, como tema de otro capítulo.

A: Pero podemos dejar planteada, como un titular y nuevamente, la importancia de la autoestima. La autoestima es determinante a la hora de prevenir las conductas de riesgo, que son varias. Ahora bien, ¿cómo la trabajamos?

M: Había mencionado antes el daño que puede causar la comparación entre los hijos. Me gustaría referirme ahora a otro tipo de daño que puede sufrir la autoestima en formación del adolescente: el de la competencia de uno de los padres con él o ella.

A: En estos casos lo recomendable sería que el padre fuera al psicólogo. Porque el daño que provoca la competencia de un padre con su hijo adolescente es terrible: en el caso de los varones, producen anulación; en el de las mujeres, traen, sobre todo, desórdenes alimenticios.

M: Me gustaría tocar el tema de la autoestima en relación a la imagen. Hay una tendencia en los adolescentes a compararse o querer ser como ciertos personajes de la tele, como las modelos, los actores, los grandes deportistas en el caso de los varones.

A: Absolutamente. Por eso definimos la autoestima como la correcta imagen. Los padres tenemos una gran influencia en cómo los chicos configuran, construyen, esta imagen de sí mismos.

M: Explicarles que nadie puede ser bueno en todo?

A: Desde ya, pero además, no descalificar aquello en lo que nuestro hijo es bueno o se destaca porque… ¿cuál era, muchas veces, la receta antigua? “Deja la guitarrita que estás perdiendo el tiempo y dedícate a la matemática”. Uno se sentía un frustrado total. ¿Por qué? Porque en matemática no eras bueno, no había un talento natural que te acompañara. Había quizá voluntad, había esfuerzo, había una profesora particular y un profesor de matemática que en el colegio te miraba con un solo ojo para dejarte pasar. Pero eso no era lo mejor de vos mismo. Mirá: voy a poner un ejemplo contrario, un ejemplo muy de varón en mi época, cuando yo era adolescente. Existía entonces –hoy por suerte ya no es tan así- la dicotomía del estudioso versus el deportista. Al deportista se lo veía como vago o burro. “No, que agarre la pelota, total, es una bestia…”. Así se veía y juzgaba a un chico muy talentoso para el deporte pero más flojo en otras áreas.

M: También pasaba con la chica que era linda. Si eras lindas, tenías que ser tonta. “Si logra ser modelo ya sería todo un logro, porque lo que es una carrera universitaria…”

A: Cada uno de estos chicos, cuya imagen se fue configurando de un modo incorrecto, tiene un problema de autoestima. Puede ser por exceso o por defecto pero en general no tienen una imagen correcta. Al faltarles esta correcta imagen personal, se tornan altamente vulnerables. Vulnerables sobre todo a la frustración porque salen a buscar algo con el espejo incorrecto. ¿Sabés lo que me contaban ayer en casa? Hay un chico que siente una profunda vocación por la Agronomía, pero en su familia son todos arquitectos. Le dijeron: “No, Agronomía no estudias”. Imagínate después, si se hace eco del deseo de sus mayores, la sensación de fracaso que puede llegar a experimentar en el futuro. Tal vez logre colgar el título de arquitecto en la pared, tal vez incluso llegue a tener éxito en esa profesión pero resulta que él no quería ser arquitecto: quería ser agrónomo. Uno, como padre, a veces no toma conciencia del nivel de fracaso que puede producir en sus hijos, coaccionándolos para que cumplan con los deseos de uno, no con los propios. Esto ya queda establecido en la infancia la mayor parte de las veces. No hay nada, de todo lo que vayamos a hablar hoy sobre la adolescencia, que no se haya grabado a fuego en la infancia. Lo que sucede en la adolescencia es que todo eso explota, se vuelve evidente, con lo cual se resignifica también nuestro trabajo como padres: lo que hicimos bien y lo que hicimos mal.

M: Nosotros nos planteamos escribir un libro sobre los adolescentes y no sobre niños, pero si hicimos mal las cosas como padres desde el comienzo, estamos perdidos ¿cómo reparamos en la adolescencia los errores que cometimos cuando nuestros hijos eran pequeños?

A: Y… estamos complicados

M: Veo padres que recién cuando sus hijos ingresan en la adolescencia se acuerdan de que tienen que aprender a poner límites.

A: Y cómo les va a costar si empiezan tan tarde, ¿no?

M: Te pasaste toda la infancia de ellos llevándolos a comer comida chatarra y de repente querés que coman comida saludable... Si no les enseñaste cuando eran chiquitos, después se hace mucho más difícil…no?

A: La buena noticia es que en el campo de lo humano nunca es tarde. Siempre es posible revertir conductas.

M: Esa es una buena noticia!

A: Después me gustaría que retomáramos lo de la alimentación.

M: ¡Sí!, lo puse como ejemplo pero…

A: Es un ejemplo buenísimo.

M: Volviendo al tema anterior, el de la falta de límites, veo chicos insoportables todo el tiempo: chicos gritones y maleducados…

A: Van a sufrir mucho eso chicos.

M: Cuando los chicos están en la casa, el mundo no se entera, pero cuando ves las conductas y actitudes de estos chicos en lugares públicos tales como el supermercado, un restaurante, sentís vergüenza al observar cómo se comportan.

A: Esos chicos van a sufrir muchísimo. Se van a convertir en víctimas de la realidad que, en algún momento, les va a poner límites: los límites que no se atrevieron a ponerles los padres.

M: ¡Qué golpes se van a pegar esos chicos! ¿No?

A: Es que la vida no es ilimitada. Si a vos te educan pensando que el mundo es ilimitado, estás en problemas. En algún momento, un jefe, alguien en la calle, una situación dolorosa, un amigo… alguien o algo se va a encargar de ponerte los límites.

M: He leído muchos libros acerca de por qué los papás de hoy no ponen límites. Muchos hablan del miedo a los hijos. ¿Qué fue lo que determinó que empezáramos a temer de nuestros hijos o temer, a lo mejor, ser padres, ejercer esta función paterna? ¿Cómo llegamos a esta situación?

A: A mí me parece que la posmodernidad produjo un problema muy grande. Digamos que generacionalmente se remonta a los años 60.

M: Nos fuimos de un extremo al otro, ¿no? Del autoritarismo de los padres inflexibles, intolerantes al…

A: Al haz lo que quieras y no frustres ninguno de tus deseos. Pero salimos todos frustrados.

M: A lo mejor ahora podemos empezar a transitar un camino intermedio. El camino del medio, como los budistas, que buscan el camino del medio. Suena interesante.

A: Sí, yo creo que hay signos interesantes, como por ejemplo el auge de las neurociencias que nos ha permitido descubrir la importancia de la emoción en la toma de decisiones. Antes, si un varón decía que una emoción lo movilizaba, producía preguntas prejuiciosas tales como “¿pero éste será homosexual?”. Hoy se pueden establecer o corregir conductas de manera científica. Se sabe que el cerebro es estimulado en un lugar llamado amígdalas que genera la toma de un montón de decisiones a partir de una emoción. Hoy, grandes investigadores pueden ofrecernos pistas acerca de cómo el hombre puede conectar todas sus zonas. Ahora: ¿qué nos pasó en el medio? ¿Qué le pasó a nuestra generación? Lo que pasó es, me parece, que no nos ayudaron a resolver los dilemas de fondo. Venimos de una época donde uno no podía hacer crisis porque hacer crisis era cosa de débiles; donde plantearte algo no establecido te convertía poco menos que en un hippie; donde si vos querías estudiar algo que fuera distinto a lo que venía en el manual, eras una persona rara; donde si te querías vestir de un modo diferente eras un rebelde sin causa. Todos estos extremos determinaron que esa generación, hoy padres y madres de chicos adolescentes, esté muy confundida. Entonces, ¿qué hacen los adolescentes con lo que hacen? Nos confrontan con nuestras propias inseguridades y, lamentablemente, mucho de lo que adjudicamos a nuestros hijos o a la relación que mantenemos con ellos, proviene del saldo impago de nuestras propias deudas emocionales… para con nosotros mismos.

M: Sí, y quizás esa confrontación a la que nos lleva el adolescente no sea tan grave al fin de cuentas, pero tiene lugar en un momento en que el padre está cansado, estresado, agotado, angustiado, preocupado por cuestiones económicas -dado que vivir y mantener a una familia hoy en día no es algo sencillo-, entonces viene el hijo adolescente con su pequeña confrontación y dispara la tercera guerra mundial.

A: El adolescente no hace otra cosa que movilizar al mundo adulto. Se trata, en definitiva, de procesos. Uno no puede pensar que un hijo se enfermó de adolescencia. La adolescencia es un proceso dentro del largo proceso de desarrollo vital.

M: Pero ahora daría la impresión de que empieza antes.

A: No creas...

M: ¿No empieza antes la adolescencia?

A: Bueno sí, a ver: hay conductas adolescentes en los niños…

M: A eso me refería. ¿Te parece que se dan en las nenas antes que en los varones?

A: Estas conductas son despertadas por los adultos y el medio socio-cultural. En la naturaleza evolutiva de los chicos no están estas actitudes. No creo que esté en la naturaleza de una nena de seis, siete años ir a un spa, pero se juega al spa.

M: Se festejan cumpleaños de siete, ocho años con esa temática… ir al spa para niñas.

A: Y sí, claro. Yo no sé si está en la naturaleza evolutiva. ¿Es simpático? Sí, simpatiquísimo. ¿Moralmente dañino? No. Ahora: ¿adelanta etapas? Sí, se adelantan etapas al generar necesidades que no están naturalmente en los chicos. ¿Es necesario que a los nueve años los chicos bailen con bola de boliche y música a todo volumen como si tuvieran diecinueve? No, no es necesario. ¿Está en su naturaleza? Tampoco. Ahora: ¿pasa? Sí, pasa.

Cuanto más inmadura es una persona, más intolerante. La intolerancia hace que se lleve todo a los extremos de bueno o malo y que se moralice las conductas. El problema con esto es que cuando moralizas las conductas ya no podés dialogar más, se acabó el diálogo. Por eso mi consejo es no moralizar las conductas, no catalogarlas como buenas o malas.

M: Lo que pasa es que vivimos en una sociedad de consumo donde se les ofrece un montón de cosas a los chicos: desde celulares a los que tienen siete años, hasta fiestas de cumpleaños temáticas, como la que vos ponías en tu ejemplo, de nenas que juegan a que van a un spa. Y este “juego”, en realidad no tiene nada de simulación o de imitación del mundo adulto: las nenas, realmente, quedan involucradas en la experiencia de ir a un spa. La ropa que yo usaba cuando tenía diez años, es totalmente distinta a la que usan ahora las nenas de esa misma edad. Entonces, la pregunta que se impone es: ¿cómo hacés para estar dentro del mundo actual de una manera razonable?

A: Ahí está el tema, pusiste el dedo en la llaga, como quien dice: la sociedad de consumo, creadora de necesidades. De ahí el apogeo del marketing que pone, para tantos productos, el foco en el consumidor adolescente. ¿Por qué? Porque, está absolutamente demostrado, es el que más consume.

M: Yo diría: el que más tortura a sus padres para que ellos le compren lo que la sociedad de consumo establece como absolutamente necesario. Puestos a pensar en esto, ya desde la infancia los chicos son bombardeados, en los canales de dibujitos, con publicidades de golosinas.

A: Ahora, yo te pregunto: ¿es necesario comer golosinas?

M: No, para nada…

A: Sin embargo, crean una necesidad que no está en la naturaleza, está afuera. ¿Y quién crea esta necesidad? ¿El chico o el adulto?

M: ¿Pero cómo hacés? ¿Crías un chico sin televisor, sin computadora, alejado del mundo?

A: Ahí vamos, dame dos segundos…

M: ¿O se lo explicas a tu hijo, el tema del que estamos hablando?

A: O te animás a ser distinto también, que puede ser una opción… Pero redondeando la idea: en la medida en que somos los adultos quienes generamos en los chicos ciertas necesidades que no están en su naturaleza, el problema es nuestro, no de los chicos. Entonces, si yo quiero vender cosas y observo que el mercado adolescente es el que mejor funciona, ¿qué hago? Amplío ese mercado: llevo la adolescencia hasta la infancia y después postergo la salida de la adolescencia hasta los cincuenta y pico de años.

M: Hay zapatillas para adolescentes que pueden ser usadas por…

A: La madre…

M: Sí, y también por los padres.

A: Exactamente. Digamos: los papás y los hijos muchas veces se parecen en su conducta pero también en su apariencia. La misma remera, el mismo pantaloncito…

M: La misma tecnología, la misma moda, las mismas costumbres…

A: Bueno, ahí está: una estrategia comercial definitivamente exitosa. Ahora bien, vos dijiste: “¿Qué hago? Lo meto adentro de un frasco y que crezca aislado del mundo? No, de ninguna manera. Entonces, ¿cuál es el eje que nos ayuda a discernir qué sí y qué no? Eso no es una fórmula que viene de afuera, sino una receta que viene de adentro. Se llama “valores”. ¿Cuáles son los valores educativos que yo pongo en juego en mi familia? Estos valores, son tan fundamentales como relativos. Quiero decir: los valores educativos que vos tenés en tu familia, Mercedes, pueden no ser los mismos que yo tengo en la mía.

M: Y a veces ni siquiera la madre y el padre no tienen los mismos valores, por lo cual no logran ponerse de acuerdo.

A: Bueno, eso es un problema. Ahí los adultos deberían ponerse de acuerdo. Pero volvamos al punto de estas necesidades creadas que no son en realidad de los chicos. Me hiciste la pregunta del millón porque todos los padres están: “¿Qué hago?, ¿qué no hago?, ¿soy la única que no deja ver televisión a sus hijos?, ¿soy el único? Si me niego a comprarle el celular a los siete años, ¿va a ser el nerd del grupo, va a ser el salame?”. Todos estos temores se vencen con el eje que proporcionan los valores.

M: El chico llora porque siente que se queda afuera. “Mamá, todos mis amigos hacen esto y yo no, ¿por qué?”.

A: ¿Qué te sostiene cuando los chicos empiezan a decirte todas estas cosas? Si mi hijo viene y me dice: “Papá, me hacés pasar vergüenza”, la verdad… yo me siento mal. Digo: un tironeo en el corazoncito uno tiene, porque, en definitiva, uno quiere que la pasen bien. ¿Pero qué es lo que prevalece? El amor que tengo por mi hijo. Y el amor se traduce en los valores educativos. Prefiero entrar en una situación de tensión a renunciar a un valor que tiene que ver con la protección y el cuidado, aunque mi hijo no lo vea así y me lo discuta o se enoje conmigo. Insisto: es la tabla de valores lo que me permite, como padre, evaluar qué cosas son negociables y qué cosas no lo son, a la hora de decidir que permito o no permito que mi hijo haga o hasta dónde dejo que entren en su vida -y en la mía- las prerrogativas del mundo. Si hay algo que puedo afirmar con absoluta certeza es que si los padres son fieles a su propia tabla de valores -que debe ser consensuada por ambos miembros de la pareja- a la larga los resultados serán exitosos.

El novio de la nena.

En el capítulo anterior no sé si notaron que dije…”Natasha y su novio”

… y si ese momento iba a llegar. La nena tiene novio y con esta nueva situación

comienzan nuevos conflictos y decisiones a tomar.

Al principio creímos que sería una relación pasajera y sin importancia pero

nos equivocamos. Los dos tienen 16 años y van al colegio juntos.

Aparentemente se llevan muy bien, tienen mucho en común, por ejemplo

una carrera artística… otras no tanto. Vivir en otro país te enseña a relacionarte

con familias de otras razas, culturas y costumbre y eso es muy enriquecedor.

Como madre siempre fui muy cercana a mi hija y su confidente y como era

de esperarse vino a mí con muchas consultas, dudas y confesiones.

En nuestra época de adolescentes no era frecuente poder tener una charla con

los padres sobre sexualidad y métodos anticonceptivos…ocultábamos todo y

sólo lo hablábamos con nuestros pares.

Cómo manejar el tema con los hijos hoy cuando en internet consiguen toda la

información que necesitan? Cómo orientar a un hijo sobre relaciones sin ser

entrometido pero a la vez dejando en claro los riesgos que se corren.

Cuando un hijo adolescente confía en un padre como cuidar esa delgada línea

entre permisividad y censura?

Llevé a la “nena ”a la ginecóloga para una charla de mujer a mujer sobre como cuidarse…

siempre la palabra profesional tiene peso, no?

“No me dijo nada que yo no supiera mamá”…me comentó al salir.

Es cierto el tema sexual preocupa a los padres por posibles embarazos y enfermedades

contagiosas pero es lo único en lo que debemos poner foco en

una relación de adolescentes? Sin duda hay otros temas muy importantes que

tener en cuenta como el buen trato, los celos, los objetivos en común.

En EE.UU es habitual que los chicos se vayan a los 18 a estudiar a la universidad

lejos de casa… que pasa con los noviazgos cuando llega ese momento?

Que riesgos que corren de que un joven se distraiga demasiado de sus objetivos

Cuando comienza una relación amorosa a tan temprana edad?

Está bien permitir que el chico o la chica duerman juntos?

Cómo hablar con los hijos sobre lo que significa un embarazo adolescente y sus

consecuencias? Cómo alertar a las hijas mujeres sobre relaciones violentas o

demasiado controladoras? Es bueno que se quedan en casa?Es más seguro a que

anden por ahí de noche?Muchas preguntas que nos aparecen de pronto cuando

nuestra nena se transforma de un día a otro en mujer… sin pedir permiso.

Mamá, esta noche vienen los chicos…

Alguna vez me iba a tocar…

...No siempre iba a escaparme de tener que enfrentarme a esta situación.

Desde que llegamos a Miami hace 4 años habíamos vivido en apartamento

y la excusa era perfecta…no hay lugar para tanta gente.

Nos mudamos a una casa y se me cayó el argumento. Mi hija quería invitar a sus

amigos y amigas de diferentes escuelas secundarias o High School.

Imposible volver a negarme.

Una típica “juntada” como se dice en Argentina. No era una “previa” como se hace allá ya que acá no van al boliche más tarde ni regresan a la mañana siguiente.

De todas maneras el tema del alcohol y la marihuana es un dolor de cabeza para los padres en todas partes. En EE.UU es ilegal vender bebidas alcohólicas a un menor de 21 años y las leyes se cumplen bastante ya que el sistema funciona mejor y las penas

son más duras… por eso la nocturnidad está más controlada.

Las noches de vacaciones de verano en Miami están reguladas con una especie de “toque de queda” por el cuál los menores no pueden andar por la calle después de

las 12 de la noche solos. Si la policía los encuentra los padres deben hacerse cargo

del asunto a menos que justifiquen con un permiso que regresan de un evento artístico o familiar.

Las multas llegan a los 5000 dólares si la situación se repite.

Volviendo a la reunión en casa, le aclaré a mi hija que sólo compraría pizza y gaseosas pero nada

de alcohol…conocía la experiencia de otras mamas amigas que

ya habían pasado por esto, los chicos traen bebidas alcohólicas y las meten por el jardín sin que los padres puedan darse cuenta. Estamos hablando de chicos y chicas

de 15,16 y 17 años así que imagínense que compromiso para un padre que un menor tome alcohol en su casa…o fume un “porro” a escondidas.

Mamá por favor no estés en casa….me dijo mi hija. Ni loca!!!!Como no vamos a estar? Y si pasa algo?”

Yo puedo controlarlo… somos grandes”…me respondió.

Con la excusa de ayudarla con la comida me quedé en la cocina pero prometí no entrometerme en su reunión… de todas maneras observaba lo que pasaba por la ventana. Mi marido también estuvo atento, a ninguno de los dos nos gusta una

multitud de adolescentes ruidosos y menos la música alta molestando a los vecinos.

Cada barrio o ciudad en Florida tiene sus horarios permitidos pero por lo general las

fiestas terminan cuando están empezando en Buenos Aires, todo es mucho más temprano y eso ayuda mucho. No me gusta que mi hija se acueste tan tarde que al día siguiente duerme hasta el mediodía

y no hace nada productivo de su vida.

Volviendo a esta primer experiencia… pasó lo que suponíamos.

Trajeron cerveza y vino….y alguno también marihuana.

Tuvimos que poner el “límite”…aquí la cuestión básica en la paternidad.

Estar presentes y atentos…con nuestra hija y con hijos de otros.

Natasha estaba nerviosa y preocupada….no disfruto su reunión de amigos.

Vino a la cocina y me abrazo….me dijo,” estoy estresada, nunca más hago una fiesta en casa…

gracias mamá! Ella hizo su propia experiencia y le sirvió para entender lo

que sus padres le decimos una y otra vez. Ella se dio cuenta que las cosas se escapan de control

si se invita a muchas gente…”la próxima vez será con pocos amigos”, me dijo. Nunca falla…

invitas a 10 amigos y ellos invitan a otros desconocidos.

Mi hija y su novio trataban de poner orden pero la edad no les da la autoridad

necesaria. Nosotros como padres no queríamos arruinarle su fiesta pero si había que salir y echarlos

a todos no íbamos a dudar. Imaginense la responsabilidad que

significa tener menores en casa consumiendo sustancias prohibidas.

Surgió una charla muy interesante entre mi marido y yo tratando de recordar si

nosotros a esa edad nos hubiésemos animado a llevar alcohol o drogas a una casa de

un amigo…ni ensueños! La falta de respeto y educación y padres permisivos y ausentes

avalan este comportamiento.

La orden fue apagar la música a las 12 de la noche… y se fueron a la 1 de la mañana.

Nos obedecieron…no es tan difícil decir que no y poner reglas en la casa de uno.

Ellos piden a gritos que les pongamos un límite y eso los hace sentirse queridos

y cuidados. El argumento” todos lo hacen ”se cae cuando todos los padres tenemos

la misma actitud y nos ponemos de acuerdo. Un adolescente tiene derecho a divertirse

pero no podemos dejarlos expuestos a que consuman cualquier cosa que

hace daño…a sentir que pueden hacer lo que quieren por que nada puede pasarles.

Ellos se creen inmortales…nos desafían todo el tiempo probando hasta

donde pueden llegar. Es nuestra obligación decirles hasta donde si…

hasta donde no sin miedo y con firmeza… eso es el amor.

Nunca un pensamiento limitante

Eso le enseñe a mi hija siempre… el límite te lo pones vos pero no los demás.”

Ser tal alta te va a limitar para actuar” le dicen a menudo.

“Tenés las caderas anchas para desfilar alta costura”… Comentarios

Que te hacen cuando sos adolescente y que pueden afectarte para siempre.

Cuando tenía su edad me dijeron que era muy narigona para trabajar en televisión…

tuve una larga y exitosa carrera.

Que suerte que nunca les hice caso.

Siempre le digo a mi hija que nunca se crea lo que le dicen… hay mucha

Gente resentida que siempre busca excusas para no hacer nada y que tampoco quieren

que los demás lo hagan.

No creo que a Nicole Kidman le importe su altura ni a Mery Streep su nariz.

El mundo es de los talentosos y decididos, de los que no se dan vencidos ni aún vencidos.

A mi hija le espera un año muy difícil que va a determinar su futuro.

Último año de high school o secundaria, momento para aplicar a las universidades y gestionar becas.

En EE.UU no se regala la educación; hay que ganarsela a base de esfuerzo y dedicación…

Sino toca pagar una fortuna o endeudarse de por vida.

Su futuro será audicionar, hacer castings, esperar el aplauso de los otros. Una prueba permanente

a la autoestima y al ego.

Una carrera artíistica puede ser muy difícil pero apasionante al mismo tiempo.

La mirada de los otros es subjetiva y nunca se debe tomar la decisión de darte un personaje

o una oportunidad laboral como algo personal.

Y voló el pajarito!

Se puede decir que esta es la primera vez que el pichón deja el nido.

Creo haber apoyado desde el primer momento la posibilidad de que mi hija

de 16 años haga su primer experiencia pre universitaria y más todavía en el

área que más le apasiona. Que daría uno por haber tenido esa posibilidad en

la adolescencia! Juro que a mi me hubiese encantado poder estudiar periodismo

todo un mes sola cualquier lugar en el mundo a esa edad.

En este caso la Natasha se fue a New York a perfeccionarse en “comedia musical”

pero además a vivir en los dormitorios de la universidad con chicos artistas

como ella. Una experiencia que seguramente será inolvidable.

Nos sentimos muy felices por todo lo que va a crecer y a aprender pero también

es un tiempo interesante para nosotros sus padres saber como es otra vez vivir

sin estar pendiente de un hijo….aunque la extrañamos mucho.

Reflexionaba sobre nosotros los papás que los soltamos para que hagan su vida

y aquellos que se aferran y no dejan ir. Es cierto que cada adolescente actúa y madura de manera diferente pero que importante es para los padres saber hasta donde frenar y hasta cuando estimular la partida.

Aquí en EEUU se estila que los chicos se vayan de casa a los 18 años cuando terminan High School, como vemos en las películas pero durante los veranos ya

Muchos comienzan a hacer “Summer Camp”o “Pre College” como un método de

preparación previa a lo vendrá muy pronto especializado según cada vocación.

Qué diferente en nuestro países que por temas culturales o económicos el despegue

se da mucho más tarde y a veces hay que echarlos de casa a los empujones.

Conozco muchas madres que sufren este proceso y no siempre es por que no

tengan actividades o vida propia .Es cierto que las mujeres tenemos tendencia a sobreproteger a nuestros hijos y seguramente está en nuestra naturaleza.

Será lo mismo con hijas mujeres que con hijos varones?

Le pasa lo mismo a los padres que a las madres?

Cómo encontrar el equilibrio entre ser demasiado asfixiante o demasiado liberal?

Destrucción total

Cuando Natasha cumplió 15 años no mencionó interés alguno por su "fiesta de 15" ni tampoco viajes de quinceañeras. Su único interés era sacar la "pre licencia" para poder manejar. Fué entonces cuando comencé a sufrir como toda madre. Su papá cumplió con su rol, así como le enseño a nadar y a andar en bicicleta le enseño a manejar. Un año después Natasha cumplió su sueño, tener su tan esperada licencia. En EE.UU se festejan los "los dulces 16 y los padres que tiene dinero suficiente suelen regalar el primer auto.

En nuestro caso no consideramos que fuera la edad apropiada para manejar en la ciudad de Miami y decidimos esperar hasta los 17.

Todo ese año fué una tortura y el taladro permanente..."quiero tener mi auto!"

El Uber fué la solución temporal y fuimos ganando tiempo. Que la ley de tránsito permita manejar a los 16 no significa que los adolescentes estén lo suficientemente maduros para semejante responsabilidad en una ciudad donde la gente no conduce para nada bien. Les confieso que Miami es la ciudad "más cercana a EEUU" y los latinos traemos nuestras malas costumbres de nuestros países.

Hay que reconocer que los gringos culturalmente son más ordenados y cumplidores de las reglas, más al norte todo cambia.

Al cumplir los 17 y 1 minuto comenzó la nueva tortura y soportamos un par de meses más hasta que ya no pudimos estirar la agonía y terminamos yendo a la concesionaria. Un Fiat 500 usado color negro fué el elegido y con una sonrisa de oreja a oreja salió manejando y sintiéndose libre e independiente. Confieso que traté de disimular mi temor y no sufrir demasiado cuando volvía de noche. Ir al colegio en su propio auto también fué un alivio para nosotros que dejamos de ser choferes de la nena.

A los 18 fuimos a celebrar en familia pero la fiesta se empaño cuando comenzó a salir humo de su auto y a perder líquido del radiador.

Esperar a la grúa dos hora bajo el sol de agosto no es una experiencia que le desee a nadie y cuando nos dijeron que el radiador estaba roto tomamos la decisión de cambiarle el auto por uno nuevo. Ya nos había demostrado que manejaba bien y era responsable así que se lo merecía.

Volvimos a la concesionaria y entregamos el roto y viejo y nos llevamos uno nuevo y reluciente en cómodas cuotas. Así funciona el sistema en el mercado de consumo capitalista. Dejamos el auto flamante con un moño rojo enorme en la puerta de casa para darle la sorpresa y esperamos que salga para mostrarles su gran regalo. Esperamos un cara de alegría pero no fué así.

Se puso a llorar angustiada y nos reprochó no haber sido parte de la decisión! "Mientras nosotros paguemos el auto... decidimos nosotros" le dijo su padre poniéndole el límite necesario. Recorde las palabras de una psicóloga especialista en tema padres e hijos que siempre habla del "síndrome de los niños hiperregalados" y recordé que tuve que esperar a tener 20 años y ahorrar sueldos de mis trabajos en radio y TV. para comprar mi primer autito usado. Pasaron un par de meses y con ese rechazo por su nuevo auto, una mañana de lluvia y un choque en cadena en la autopista, terminaron con su trompa hecha un acordeón.

"Destrucción total" dijo la compañía de seguros, ya que el costo del arreglo era mayor al 70 por ciento del valor del auto. Así fué como la nena se quedo sin auto pero nosotros felices porque no le había pasado nada y eso era lo más importante. Quieren saber como terminó la historia?

Natasha manejando nuestro auto y nosotros alquilando otro.


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